Si alguien merece de manera especial nuestro respeto y admiración, son sin duda nuestros mayores.
Ellos, llenos de vida en el plano temporal, aunque ya faltos de fuerzas y energías en lo físico, son baluartes de experiencia y sabiduría. Por éstas y otras muchas razones, a ellos debemos acercarnos los jóvenes y menos jóvenes para escucharles con atención y tratar de aprender, para luego conservar y mantener, el rico legado de recuerdos, tradiciones y vivencias que puedan transmitirnos.
Yo lo hago siempre que puedo y os invito a que también todos vosotros lo intentéis,
Permitidme, antes de abordar lo que pretendo, un anécdota reciente sobre un paisano nuestro, Navalucillano de cuna, que lleva ya 60 años en Torrecilla; se trata de tío Marceliano (87 años)
Yo como muchos de vosotros lo conozco de toda la vida, pues además de vivir próximos, fuimos vecinos de era y compartimos “guango” cuatro o cinco veranos de finales de los 60.
Hace apenas unos meses , descubrí su afición a los versos y pude disfrutar unos inolvidables minutos oyéndole unos bellos poemas a la Virgen del Valle y a nuestro querido pueblo; pero no fue eso lo que más me sorprendió de ese agradable rato en su cocina, sino que al pedirle a Consuelo una copia de lo que su padre acababa de recitarme, me dijo: No Brigi, no hay original para hacer copias, mi padre no escribe sus poemas, los imagina y guarda directamente en su memoria.
Luego pensé, que quien es capaz de hacer eso, ¿Qué no hubiera podido lograr si en su juventud se le hubiera facilitado el acceso a los estudios?
Pero no, a él como a tantos de su generación les tocó cuidar cabras desde los 7 años y luego combatir en las trincheras a los 18 cuando apenas habían dejado de ser niños.
Y que me decís del tío Juan, 97 años a las espaldas y ahí sigue con su humor, su vitalidad, sus celtas con filtro, sus botellines del mahou y esa incansable actividad artesanal revistiendo con cuerdas de fibra o pita botellas y todo tipo de recipientes. Sin duda un ejemplo y una referencia de persona con ilusión y ganas de vivir.
En línea con todo esto me venía rondando hace algún tiempo la idea de rendir un sencillo pero sentido homenaje a los mayores de Torrecilla y la Fresneda. Fue Fili nuestra vecina de la plaza de abajo, la del callejón, la mujer de mi buen amigo y mejor pescador Ceferino, quien me sugirió a tres hermanas de nuestro pueblo como protagonistas de mi sencilla aportación, que aunque personalizada en ellas quiere ser un reconocimiento público a todas las personas mayores de nuestros pueblos.
Ellas simbolizan lo que señalaba anteriormente: experiencia sabiduría, tradiciones y también generosidad; pues cumplieron largamente con sus deberes de esposas y de sufridas y abnegadas madres en años difíciles. Ahora son felices abuelas y bisabuelas de un larga estirpe de torrecillanos y madrileños.
Me refiero a Elisa, Eulalia y María Josefa Rodríguez Muñoz. Entre las tres suman ya 267 años y es esta especial y lúcida longevidad, el cariño y respeto que les tengo y la amistad que me une a todos sus hijos lo que me empujó a preparar estos versos que les dedico en estas fiestas patronales de nuestra Virgen del Valle. Vaya también desde aquí un sentido recuerdo a la memoria de sus hijos, nuestros amigos, Nico y María Jesús; ya no están entre nosotros pero su recuerdo permanecerá siempre presente.
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