Siguiendo con la costumbre
estamos aquí de nuevo
para contar nuevas cosas
de Torrecilla, mi pueblo.

 

Voy a tratar este año
de recoger en mis versos
leyendas y tradiciones
y costumbres de otro tiempo,
con la única intención,
de preservar su recuerdo.


(I)


A un kilometro hacia el Este
junto al reguero Valseco,
hasta hace unos pocos años
había un risco muy bien hecho.

 

Era la “Peña Redonda”,
un granito singular
del que cuenta la leyenda
lo que aquí voy a contar.

 

Una vez todos los años
en el día de San Juan
una mora allí encerrada
a media noche saldrá.

 

De belleza sin igual
con peines de fina plata,
esta princesa de Alá,
por la luna iluminada,
sus largos cabellos peina
hasta despuntar el alba.

 

Con una clara de huevo
en el fondo de una taza,
antes de la media noche
has de estar para esperarla.

 

Y cuando salga radiante
pídele lo que te plazca
que te será concedido,
por nuestra mora encantada.

 

……………………

 

Otra vieja tradición
que terminó en los sesenta
era el guarro “San Antón”
el cerdito de la Iglesia.

 

Siempre había un torrecillano
que por voto o por promesa,
allá por Febrero o Marzo
donaba un cerdo a la Iglesia.

 

Con una cinta al pescuezo
a veces con campanilla,
el simpático animal
campaba por Torrecilla;
por huertos y por sembrados
comiendo donde quería.

 

Así se pasaba el año
mientras “San Antón” crecía,
pastando donde le place,
hozando donde quería.

 

Y llegado el mes de Enero
precisamente en su día,
el cerdo se sorteaba
entre todo Torrecilla,
y al cura se le entregaba
el dinero de la rifa.

 

(II)

 

Otra tradición perdida
son aquellas cencerradas
que en el pueblo se corrían
cuando viudos se casaban.

 

Con gran secreto y sigilo
se preparaba el casorio,
sólo familia y padrinos
además de los dos novios,
casi siempre por la noche
celebraban el bodorrio.

 

A pesar de todo ello
la noticia se filtraba,
y los pobres contrayentes
sufrían la cencerrada.

 

A veces lo más prudente
era sacar vino y pastas
e invitar a los guasones
y acabar la gamberrada.

 

Porque si no al día siguiente
volverían a la ventana.
con sus ruidos estridentes
con sus cantares y guasas.

 

(III)

 

¿Os acordáis de la ronda?
Aquella tasa o franquicia
que pagaba el forastero
que a una moza pretendía.

 

Los que podían recaudarla
eran los quintos del año,
quien en presencia de ella
abordaban al extraño.

 

Éste les daba un dinero
o terminaba pagando
una “ronda” a los presentes
en un amistoso acto.

 

Como prueba y testimonio
se daba un certificado
para evitar que otra quinta
le cobraran otro año.

 

Y si el mozo se negaba
se le pegaba un buen baño
en el pilón de la plaza,
como castigo y escarnio.

 

Y ya que hablé de los quintos
recogeré brevemente
las cosas que yo recuerdo
o que me contó la gente.

 

(IV)

 

Durante el mes de Febrero
era el tiempo establecido
para tallar a los quintos
por la mañana un domingo.

 

Dentro del Ayuntamiento,
juez y alcalde por testigos,
todo mozo entrado en quintas
era pesado y medido.

 

Y también por un galeno
a veces reconocido,
así se certificaba
su aptitud para el servicio.

 

Allí se podía alegar
defecto o enfermedad
la viudedad de la madre
y también precariedad.

 

Lo alegado iba a Toledo,
y un severo tribunal
era quien dictaminaba
si al fin te podías librar.

 

La semana precedente
se armaba mucho bullicio
con guitarra y panderetas
y también bombo y platillos.

 

Los quintos corrían las calles
con un gran macho cabrío
cantando cosas con chispa
y graciosos chascarrillos;
e invitando al que se encuentran
a aguardiente y vino tinto.

 

Luego, por los Carnavales,
los quintos corrían los gallos;
los detalles de este asunto
prefiero mejor dejarlos.

 

Mas si alguno insiste mucho,
con gusto se lo contamos
entre tío Dimas y yo
que de esto él sabe un rato.

 

Finalmente por Noviembre
el mozo era sorteado,
partiendo hacia su destino,
dependiendo del reemplazo.

 

Yo también les dejo aquí,
Dios mediante, hasta otro año.

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