A un cuarto de legua escaso,
junto al río Fresnedoso
tiene mi pueblo una ermita
un bello prado y un pozo.
En la ermita hay una imagen
con una marca en el rostro;
es nuestra virgen del valle
madre de todos nosotros.
Madre que pide y que ruega
como proclama su himno,
por Torrecilla y sus hombres
por sus mujeres y niños.
Hace muchos, muchos años,
encima de una retama
radiante se apareció
nuestra virgen soberana.
Cuenta vieja tradición
que el cardenal de su cara
es la herida que un pastor
le hizo en certera pedrada.
El zagal con sus ovejas
por este lugar pastaba,
asustado y confundido
con su honda la alcanzaba,
y un gesto de gran dolor
se le vio a la virgen santa .
Luego el muchacho se calma,
la virgen luego le habla;
un encargo voy a darte,
esto quiero que se haga:
En este preciso sitio
donde yo puse mis plantas,
el pueblo de Torrecilla
me levantará una casa.
Desde aquí yo velaré
por esta noble comarca
por todos sus moradores
por su hacienda y por sus casas.
El pastor con gran premura
al pueblo llevó el encargo;
de la ermita en este valle
las obras pronto empezaron.
Mas por extraño motivo,
los muros que levantaban,
al volver por la mañana
en el suelo se encontraban.
Y es que el lugar elegido
no era el de la retama,
sobre el que nuestra señora
puso sus divinas plantas.
El aturdido rapaz
con el sitio no atinaba,
pues el valle era muy grande
y eran muchas las retamas.
Por fin tras varios intentos
una ermita se levanta,
se terminó el mes de Agosto
en su última semana.
Desde entonces en el pueblo
gran fiesta quedó instaurada,
y en su pradera y su ermita
Torrecilla la proclama.
Devotos torrecillanos
la veneran y la cantan
y en procesión la pasean
desde el pueblo hasta su casa.
Luego el día de su fiesta
en tradicional subasta,
se puja por su estandarte
y los brazos de sus andas.
Antaño los tostoneros
se acercaban hasta el prado
adornando nuestra fiesta
con sus carros entoldados.
Y los niños de ese tiempo
hoy los cincuenta cercanos,
camisa de cuello duro
más sandalias que zapatos,
con la ilusión desbordada
corríamos por el Prado.
Fueron pasando los años,
las cosas fueron cambiando.
Ya no vienen tostoneros
con sus carros enlonados,
los que cambiaban tostones
bien por paja o por garbanzos.
Hoy solo traen un remolque
y a la sombra de los álamos,
perdón de los eucaliptos
que aquellos ya se secaron,
despachan bebida fría
al peregrino cansado.
Hace mucho nos dejaron
tío Faustino, tío Nicasio,
tío Leoncio y tío Marcial;
tantos y tantos hermanos
que el recordarlos a todos
me llevaría un buen rato.
Con hachones encendidos
escolta a la virgen daban,
luego a derecha e izquierda
en su ermita la velaban.
Vaya desde aquí el recuerdo
sentido y emocionado,
por todos estos cofrades
y nobles torrecillanos.
Tras los actos religiosos,
viene el baile de la “Pera”
y la fiesta continúa
en medio de la pradera.
¡Qué bonitas tradiciones¡
!Cómo gusta recordarlas¡
para que nunca se olviden,
queden pues aquí plasmadas.
Y pasados mil Agostos
aunque esta ermita se caiga,
los hijos de nuestros hijos,
otra vez en la retama,
alzarán otro gran templo
a su Virgen soberana.
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